Una espiritualidad desde adentro

Una vez que ponemos nuestros pies en el adentro, descubrimos una nueva manera de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con toda la creación. Todo es resignificado con una mirada de interioridad. El “yo mismo” adquiere otra dimensión, nuestras relaciones con las personas parecen relucir en otra profundidad, adquiriendo un lenguaje más personal e íntimo. El afuera y el adentro quedan unidos en nuestra espiritualidad y la disociación va dejando paso a la integración.

Van cayendo las imágenes espirituales que nos servían para vivir desde el afuera. Ya no nos contentamos con pensamientos o ideas acerca del sentido de la vida o la trascendencia, ni con una espiritualidad basada en palabras vacías o sentimientos pasajeros, ni con acciones o normas ni lista de preceptos o mandatos.

La inteligencia espiritual va iluminando nuestro camino al corazón y nos invita a vivir una espiritualidad desde adentro.  No se trata de una espiritualidad que nos deja encerrados en nosotros mismos, perdidos en los caminos ocultos de nuestra interioridad, sino de una espiritualidad que brota de la fuerza del encuentro personal e íntimo con el sí mismo unido a la trascendencia y nos lanza al encuentro de los demás en todos los ámbitos en los que transcurre nuestra vida cotidiana.

Esta espiritualidad desde adentro no parte de las ideas prefijadas de lo que “hay que ser” o de normas que hay que cumplir, sino que brota de lo profundo del corazón, atraviesa nuestros pensamientos, palabras y obras, nuestras fragilidades y pobrezas y heridas, para conducirnos a lo profundo, en donde cada uno puede encontrar su verdadero lugar para ser y estar, y elegir el sentido y propósito que le quiere dar a su vida. Es una espiritualidad encarnada, que atraviesa toda nuestra vida para irradiar el misterio que nos habita.

Nuestros sentidos corporales comienzan a ejercitarse por medio de la percepción: aprendemos a ver lo que estamos viendo, a escuchar lo que escuchamos, a tocar, oler y gustar de una manera más consciente. Entonces se despiertan nuestros sentidos espirituales y comenzamos a ver la realidad invisible, a escuchar lo inefable, a tocar, gustar y saborear la vida de otra manera. Se trata de otra dimensión de la misma realidad, que es invisible a los ojos u que comenzamos a ver cuando entramos en contacto con nuestro propio corazón.

Y mientras vamos caminando hacia adentro, hacemos la maravillosa experiencia de  sentirnos vivos y presentes en nuestra vida cotidiana, en lo sencillo y simple de cada día. Nuestros ojos se abren a reconocer la vida de otra manera, recibiéndola como un verdadero don que nos es dado, para que en cada día podamos elegir cómo la queremos vivir. No somos mejores o peores; sencillamente, somos los mismos, pero descubrimos con asombro y alegría, que es justamente en medio de lo simple y sencillo de la vida, en medio nuestra debilidad, nuestra impotencia y nuestras incapacidades en donde podemos encontrar la posibilidad de darle sentido a nuestra vida. Amanece, como una intuición, la certeza de que lo único que puede darnos sentido en nuestra existencia es una decisión, que sólo podemos tomar en lo profundo del corazón: la decisión de amar cada día, de intentar amar en cada una de las situaciones ordinarias de nuestra vida cotidiana… ¡y esta es una decisión que hace que todo sea extraordinario! ¡Podemos elegir amar, intentar amar, renovar cada día nuestro deseo de amar… y este es el sentido último de nuestra existencia!

La vida comienza a fluir desde adentro. Vamos despertando a la conciencia de nuestra interioridad, desarrollando las capacidades de nuestro corazón y descubrimos una inteligencia nueva: la inteligencia espiritual que integra y unifica todas nuestras múltiples inteligencias, potenciándolas y haciéndolas crecer.  Comenzamos a vivir de una manera más plena y completa, integrando el adentro y el afuera. Se trata de tomar una decisión entre dos tendencias: el deseo de crecer en un camino de interioridad y encontrar adentro las respuestas que buscamos o el impulso de huir y vivir derramado hacia el afuera, poniendo el sentido de nuestra vida en cosas, logros, personas, bienes.

La inteligencia espiritual nos fortalece en nuestra decisión de entrar, en nuestra búsqueda sincera de sentido y propósito. Pone luz en estas oscuridades en las que vivimos estando atrincherados en el afuera, totalmente identificados con lo que hacemos, pensamos, decimos, sentimos, percibimos; con la mirada o la opinión de los demás.

Cuando ponemos un pie en el adentro, podemos quedar deslumbrados, descubriendo un mundo nuevo con la adrenalina que esto conlleva, o quedar paralizados frente a la amenaza de lo desconocido. Experimentamos algo parecido a lo que sentían los navegantes de la Antigüedad cuando se adentraban en el mar: emoción por la aventura y el descubrimiento de la novedad, y miedo a los mares desconocidos y a los monstruos salvajes que podían encontrar. Es la aventura apasionante del encuentro con nuestro propio misterio.

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Inés Ordoñez de Lanús

Una espiritualidad desde adentro