Aceptar, abrazar y perdonar

Para poder amar necesitamos aceptar y abrazar toda nuestra vida así como fue y perdonar. Pararnos frente a nuestra historia, mirar lo que nos está pasando, lo que nos pasó, lo que nos hirió o dolió; llamarlo por su nombre, integrarlo a nuestra vida asumiéndolo y abrazándolo.

Mirar nuestra vida entera, como si trazáramos una línea de tiempo desde el momento en que fuimos gestados hasta la actualidad, señalar todas las cosas importantes que vivimos, las que nos ayudaron a crecer, nos animaron y alentaron; y también las que nos dolieron y nos dañaron. Mirarnos a nosotros mismos desde que podemos tener recuerdo hasta ahora, como si pasáramos las fotos del libro de nuestra vida y nos viéramos en cada año que fuimos atravesando. Mirar a las personas que nos acompañaron, que estuvieron a nuestro lado en nuestra primera infancia, en nuestra niñez y adolescencia… las personas que nos marcaron con su presencia, porque nos amaron y cuidaron, y también las personas que nos lastimaron y dañaron.

¡Toda nuestra vida! Y así, parados frente a esta línea de la vida, volver a preguntarme: ¿quiero recibir la vida, así tal como me fue dada, tal como fue? Si hoy estuviera en el instante en el que fui parido a la existencia y alguien me diera a elegir, ¿elegiría vivir o no?  ¿Elegiría ser la persona que soy o quisiera elegir ser otro?

Yo no elegí nacer, no elegí los padres que me tocaron ni tampoco elegí muchas de las cosas que viví en mis primeros años de vida. Pero yo sí puedo dar hoy una respuesta a la vida, a mi vida tal como fue. Si mi respuesta es “no”, puedo darme un tiempo para gritar mí no, con toda la virulencia de mis emociones y de mis sentimientos; y escuchar los condicionales que brotan de mi mente: si hubiera sido, si no me hubiera pasado, si tuviera, su pudiera…  ¿Qué no acepto? ¿Qué me hubiera gustado que sea diferente? Me hubiera gustado crecen en otra familia. Me hubieran gustado tener otros padres. Me hubiera gustado no tener que vivir lo que me tocó vivir. Me hubiera gustado que no me pase lo que me paso… Puedo pasarme toda la vida gritando a todo el mundo un “no” eterno: no a mi historia, no a mí mismo, no a los demás, no a la vida… Puedo quedarme anclado en esta negación y hacer de mi vida una amargura y una queja constante. Así es imposible ser feliz porque se hace muy difícil amar.

En el amor hay un orden, y en ese orden, lo primero el amor a la vida, tal como nos fue dada, honrando a las personas que nos dieron la vida. Si no puedo amarme a mi mismo y honrar mi vida, el amor se desordena y prevalece lo que me falta y hago que los demás paguen por lo que yo no tuve: mato, robo, miento, lastimo…me vuelvo codicioso, envidioso, impuro.

En el Camino al Corazón vamos aprendiendo a detenernos una y muchas veces frente a la historia de nuestra vida, que es sagrada, para aprender a aceptarla y abrazarla, así tal como fue, dando gracias por tantas bendiciones y experiencias de amor; perdonando a las personas que nos lastimaron, a las situaciones que nos hirieron y a nosotros mismos. Animarnos a mirar de frente lo que nos duele y lo que nos dolió, sin negarlo ni ocultarlo. Ponerme de pie en mi dignidad y recibir de la misma vida el bálsamo del perdón, el abrazo de la aceptación que me hace decir que si: si a lo que fue, si a lo que viví, sí a los que me dieron la vida…Sí a mí mismo y sí a la vida que tengo por delante. Un sí que se agiganta y me da siempre una nueva oportunidad.

Entonces, y de a poquito, comenzamos a recobrar las ganas de vivir, a alegrarnos nuevamente con las cosas pequeñas y recuperamos el gusto por lo cotidiano. Comienzan a emerger nuevamente los proyectos, las ganas de hacer cosas, la energía para seguir viviendo. Vamos aceptando cada vez más que las cosas son así, y paulatinamente nos damos cuenta de que lo mismo que nos causaba tanto dolor se transforma ahora en una gran puerta y en un maravilloso camino que nos enseña a vivir la vida de otra manera. Aprendemos a vivir en la escuela del dolor. Su intensidad nos enseña a sufrir hasta el extremo y a gozar en extremo; a llorar hasta que se me acaban las lágrimas, y a reír a carcajadas.

Podemos tomar distancia y descubrir lo que el dolor ha hecho en nuestra historia, y de alguna manera nos sentimos agradecidos. ¿Esto quiere decir que ya no duele más? No, el dolor sigue doliendo. Pero ya no hay sufrimiento. Aprendemos a entrar y a salir del dolor, a dejarnos atravesar por él sin quedarnos atrapados. Finalmente podemos sumar el dolor a la experiencia del amor y de la felicidad.  Y esta experiencia nos hace diestros para enfrentar cualquier situación que la vida me presente.

Entonces sí puedo salir a mi vida para aceptar, abrazar y perdonar a los otros,  en todos los ámbitos en los que transcurre mi vida de hoy: amar a mis hijos, a mi cónyuge, a las personas que viven conmigo; amar en el ámbito de mi trabajo y de mis relaciones con el mundo, en el ámbito de lo social, en actitudes concretas de solidaridad, encuentro y amistad; amar a los que son mis amigos y también a mis enemigos. Amar en mis tiempos de ocio y de recreación… Amar.

Ines_oct_2019

Inés Ordoñez de Lanús

Aceptar, abrazar y perdonar