EL PERDÓN

Abrazar nuestras diferencias

En nuestra vida humana nos relacionamos continuamente con diferentes personas; todas estamos en camino hacia la madurez y la plenitud. Mientras vamos de camino, nos hacemos daño, voluntaria o involuntariamente; con buena o con mala intención. Esta ofensa o daño nos afecta, nos ofende, nos hiere; tendemos a enojarnos, a hacer el mal a los que nos ofenden y a vengarnos. Cuando no estamos decididos a amar, actuamos de acuerdo a nuestras reacciones instintivas, a lo que nos sale; y lo que nos sale generalmente es tratar al otro con- forme a lo que hizo conmigo. Es difícil aprender a tratarnos según nuestra dignidad, dándole a cada uno el respeto que le pertenece por ser quien es. Necesitamos aprender a perdonarnos y a tratarnos bien.

¿Qué es el perdón? El perdón nos capacita para unirnos al don de la vida que nos habita desde el centro. Cerrarnos al perdón es anteponer nuestra herida al don de la vida. El no perdón nos deja atados de manos y pies y no nos permite seguir caminando en el Camino al Corazón; en este camino, el perdón se nos presenta de una forma radical: perdonar a los que nos lastimaron cuando no podíamos defendernos, perdonar todo el mal que nos hicieron, perdonar a los responsables del mal que se presentó en nuestra vida, perdonarnos a nosotros mismos por nuestra incapacidad de defendernos y oponernos con firmeza al mal que nos infligían, perdonar a la historia, a la vida, a los que son como son, perdonar a lo que es como es, perdonar aunque todo en nuestro cuerpo y en nuestros sentimientos nos grite que no, perdonar cuando no haya razones para perdonar, cuando sea injusto perdonar… ¡Que difícil!

El perdón es una capacidad que reside en lo profundo del corazón. No depende de ninguno de nuestros espacios que a veces se encuentran impedidos de entregar este don. El perdón está más allá de lo que yo pienso, siento en mi cuerpo y en mis emociones o soy capaz de poner en palabras u obras. Es más, algunas veces toda mi realidad humana puede presentarse en contra de mi deseo profundo de perdonar: pienso que no es justo… pero igual perdono; siento que no quiero hacerlo… pero igual perdono, digo palabras que suenan rencorosas… pero igual perdono, mis actos tienden al mal… pero igual perdono. Porque el perdón se encuentra en lo profundo del corazón, en el lugar donde yo soy y estoy para amar; en el lugar donde yo puedo elegir vivir reconciliado conmigo mismo, con los demás y con toda la creación. Y hacia allí nos dirigimos al cruzar este segundo umbral.

Mientras vamos caminando, tenemos que aprender a convivir con la tensión de las experiencias encontradas: con el resentimiento que surge en nuestro interior como respuesta a las heridas, pero sin dejarnos llevar por el rencor o el resentimiento; con los sentimientos negativos que nos impulsan a actuar mal, y con nuestra decisión de actuar desde el amor. Paulatinamente, la luz, la fuerza y la Vida que residen en el centro de lo que somos; en lo más profundo de nuestros corazones, va purificando cada uno de nuestros espacios, transformando el mal que nos hicieron en puertas abiertas para el don del perdón. Somos caminantes y tenemos que seguir en camino: el no perdón nos detiene, nos deja fijos, nos paraliza, nos inmoviliza y nosotros queremos seguir caminando al encuentro de lo más profundo de lo que somos. A medida que avanzamos, vamos haciéndonos capaces de amar, no ya desde nuestro pequeño amor propio que sigue reclamando por lo que no me dieron o por lo que me hicieron o no me hicieron, sino desde el amor que reside en el centro de lo que soy.

La vida familiar es el lugar por excelencia en el que aprendemos a perdonar y a pedir perdón. No podemos evitar ofendernos y lastimarnos en la convivencia familiar. Los mismos conflictos y diferencias que tenemos a diario son el camino por el cual todos aprendemos el difícil arte de perdonar. Y como todo arte, es importante aprender a cultivarlo desde pequeños: “te perdono porque me empujaste”; “te pido perdón porque rompí tu juguete”; “te perdono aunque no tenga ganas de perdonarte y me quede muy enojado”. Es en la familia en donde aprendemos a vivir de acuerdo a nuestros principios, y a los valores que hemos elegido para la vida.

La familia siempre está compuesta por varias personas diferentes. Aprender a armonizar las diferencias para construir la unidad es un desafío y lleva tiempo. La belleza no está en el logro de la uniformidad sino en la armonía de la diversidad. Unidad no es lo mismo que uniformidad. La unidad es la resolución de lo múltiple, así como el todo es la unión de las partes.

En la diversidad familiar es posible construir la unidad familiar: ser y vivir unidos manteniendo las diferencias sin que ellas nos separen sino que, por el contrario, nos complementen y enriquezcan.

Para crecer en el perdón tenemos que ejercitarnos en muchas otras virtudes: la fortaleza, la valentía, la templanza; y especialmente, la aceptación de uno mismo, de los demás, la humildad y la oración.

-La aceptación de uno mismo: para perdonar a los demás, tenemos que comenzar por perdonarnos a nosotros mismos. Muchas veces somos nosotros mismos quienes nos exigimos y tiranizamos sin piedad; y lo mismo que hacemos con nosotros, luego lo hacemos con los demás.

-La aceptación incondicional a los demás: la aceptación incondicional es necesaria para el perdón: perdonarnos no sólo por lo que hacemos, sino por ser “tal como somos”. Cuando somos capaces de aceptarnos y perdonarnos en lo que somos, dejamos de ser enemigos o de estar enfrentados y defendidos y podemos reconocernos, más allá de los conflictos, como compañeros de camino, como aliados en nuestra diversidad, llamados a encontrar acuerdos frente a la adversidad.

-La humildad: supone reconocer la verdad de lo que somos y nos pasa, ante nosotros mismos y ante los demás. Necesitamos humildad para reconocer que hemos sido heridos y nos duele; es más fácil enojarnos con el otro, echarle la culpa y cambiar el dolor por el enojo hacia la otra persona. Es necesario ser humildes para per- donar o para pedir perdón. Reconocer el dolor, es reconocer nuestra vulnerabilidad, y eso nos cuesta. La humildad nos ayuda a pedir perdón y a perdonar… aunque nos duela.

Aprender a perdonarnos es una tarea esencial. Los padres deberíamos tomarnos muy en serio el enseñar a nuestros hijos el arte de la reconciliación. Es esencial porque forma parte del amor, y es un arte porque, al ser muy difícil, necesita de nuestra disposición, habilidad e ingenio.

Ines_oct_2019

Inés Ordoñez de Lanús

Asamblea Familiar sobre el Perdón