Inteligencia Espiritual

La inteligencia espiritual es un término acuñado recién a principios de este siglo para referirse a una realidad muy profunda, conocida desde siempre, por los místicos de todas las religiones. ¿Qué es la inteligencia espiritual? Lo primero que podemos decir al respecto, es que es un potencial inherente a todo ser humano. Todos tenemos una inteligencia espiritual como parte de nuestra naturaleza. No es algo que tenemos que adquirir, sino que es algo que tenemos que cultivar, desarrollar y desplegar. 

En el siglo pasado, cuando nos referíamos a la inteligencia estábamos hablando de la capacidad de comprender, razonar, planificar, resolver… Hasta se podía medir la inteligencia con un coeficiente que aludía a la capacidad racional de la persona. En el año 1983, Howard Gardner, profesor de Harvard, revolucionó al mundo de la psicología y de las ciencias de la educación, presentando a la persona con capacidad de múltiples inteligencias, que le permitían conocer al mundo desde diferentes dimensiones. Los nuevos conocimientos que nos aportan estudios de la neurociencia, neuroquímica y neurobiología, nos ayudan a conocer más y más acerca de cómo funciona nuestro cerebro, y de las múltiples conexiones sinápticas qué hacen nuestras neuronas en los procesos inteligentes: la capacidad para lo lógico y matemático, la capacidad lingüística y todo lo que tenga que ver con la palabra, la capacidad más visual o auditiva, la capacidad para entrar en relación con el medio ambiente y la naturaleza, la artística, corporal, intrapersonal o interpersonal, etc. Howard Gardner define ocho tipos de inteligencias en la teoría que se ha dado a conocer como “Inteligencias Múltiples”. Esta teoría revolucionó el mundo de la educación, y en esa línea seguimos trabajando hoy en lo que se conoce como la innovación educativa. 

Pocos años después hubo otra gran revolución, en la década de los 90 cuando Daniel Goleman presenta su trabajo de investigación sobre un nuevo tipo de inteligencia, a la que denominó: la “Inteligencia Emocional”. Daniel Goleman, también era un psicólogo profesor de Harvard, periodista del New York Times, una persona muy prestigiosa que estudió el cerebro y que reconoció que existe, además de estas ocho inteligencias identificadas por Gardner, una nueva manera de conocer la realidad, por medio de las emociones. Hasta el día de hoy, en el campo de la educación se está trabajando sobre cómo incorporar las emociones en la educación de nuestros niños y adolescentes, cómo educar la afectividad y la emocionalidad. ¡Todo un desafío, en el que todavía estamos en pañales! 

En el amanecer de este nuevo milenio, dos investigadores, Ian Marshal y Danah Zohar, comienzan a hablar de otro tipo de inteligencia, que puede ser registrada con movimientos en el cerebro humano, que integra y potencia todas las demás inteligencias, y que empieza a asomarse como la forma más evolucionada de la inteligencia humana. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué es lo que habían descubierto o encontrado en el cerebro humano? No se trata de procesos racionales, ni emocionales, sino de procesos más profundos, con capacidad de integración de todo: la inteligencia espiritual. Ellos dicen: existe algo más que lo serial y racional, algo más que el mundo de nuestras emociones; que tiene que ver con una dimensión esencial, invisible, trascendente y espiritual en el ser humano: tiene que ver con la capacidad de ser felices, de amarnos a nosotros mismos, a los demás y al universo en el que vivimos; de hacernos preguntas existenciales y encontrar sentido y propósito en la vida. 

Todos tenemos una inteligencia que es espiritual y que tenemos que cultivar y desarrollar. Podemos descubrirla en nosotros mismos y también en los demás: uno puede ser un gran genio matemático, musical, poeta o lo que fuera, pero sin desarrollar ningún tipo de aptitud para ser una persona feliz. Sencillamente feliz. Podemos ser exitosos en nuestros trabajos, empresas y profesiones, grandes personajes del mundo social, político o deportivo, pero ninguna de esas capacidades nos asegura la felicidad o le otorga un sentido trascendente a nuestra vida. Hay un “algo más”: algo más adentro, más abajo, más profundo…más allá de todas las capacidades racionales y emocionales, que tiene que ver con nuestra apertura a lo trascendente, a lo que está en nosotros y nos trasciende, dándole sentido a nuestra vida. Lo más increíble es que la inteligencia espiritual ya no se presenta de la mano o unida a las grandes religiones o a experiencias confesionales, sino como algo propio del ser humano. Es más, las investigaciones de Zohar y Marshall, comprueban que las personas religiosas pueden tener un bajo nivel de inteligencia espiritual, o viceversa: una persona muy espiritual puede no ser religiosa. 

A partir de ese momento se empezaron a hacer muchas investigaciones científicas que demuestran cómo las experiencias espirituales pueden ser captadas o registradas en nuestro cerebro, en un punto al que algunos científicos llaman el “punto divino” que tiene que ver con experiencias profundas de bienestar, calma, paz interior. 

Desde siempre, el hombre religioso se ha preguntado en qué lugar de nuestro ser persona se aloja o se encuentra nuestra dimensión trascendente o nuestra capacidad de Dios. El hombre bíblico, en el amanecer de nuestra fe judeocristiana, eligió el corazón para ubicar esta presencia de lo divino en nosotros: el corazón humano como lugar sagrado en el que nos adentramos para encontrarnos con Dios. San Agustín, en los primeros siglos se pregunta con insistencia acerca del lugar de Dios en la experiencia humana, lo mismo que los Padres de la Iglesia y todos los místicos de la humanidad y de todas las religiones. Victor Frank, el gran hombre que fue en busca de un sentido para la vida, en medio del gran sinsentido de los campos de concentración también se pregunta dónde mora Dios en él ser humano. En el siglo pasado nos inclinamos por responder que lo trascendente o divino se encuentra en un lugar muy profundo, más allá de lo consciente, al que llamamos subconsciente o inconsciente. 

Hoy podemos afirmar, con todos los datos de la neurobiología, que también nuestro cerebro, biológicamente hablando está capacitado para experiencias espirituales que nos religan con la trascendencia. Hay un “punto de Dios” en nosotros, y también puede ser registrado por nuestro cerebro. Hay un centro abismal dentro nuestro, que está abierto a la trascendencia y a la eternidad. Podemos experimentarlo como un gran agujero negro que nos abisma y nos arroja en las profundidades oscuras de nuestra existencia o podemos experimentarlo como un Fuego Vital que ilumina toda nuestra existencia dándole sentido y propósito, conduciendo nuestros pasos hacia la felicidad, la plenitud y la vida en abundancia. 

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Inés Ordoñez de Lanús

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